Kentukis, Mikey 17, Cero K y lo que puede que esté pasando con la ciencia ficción
Un revoltillo de reflexiones sobre la ciencia ficción a partir de algunas obras
Acabo de terminar de leer Kentukis de Samanta Schweblin. Conocía la obra de este capítulo de Visión prospectiva y el hecho de que la calificara de fixup ya había despertado mi interés. Ante todo tengo que deciros que es una obra magnífica y que la recomiendo encarecidamente. Me parece una prosa de calidad excepcional, emotiva, extraña y a la vez cotidiana. Me la he bebido de un solo trago. Si tenéis oportunidad leedla.
Una vez aclarado que me parece extraordinaria (aunque nunca lo hubiese leído, con ese título y esa portada furry, de no haber existido el podcast), vengo a decir un par de cosillas.
Primero no es un fixup. Ni siquiera es un fixup de novelas. La autora, acertadamente, recorta los arcos narrativos en fragmentos casi autoconclusivos, casi cuentísticos, hasta el punto que me mantuvo engañado hasta más o menos la mitad del volumen. No se trata de un conjunto de cuentos o de novelas independientes, que tengan sentido cada una de ellas por separado, un conjunto, que, una vez leído y con prespectiva, tenga aún más impacto. Kentukis es simplemente una novela coral.
Es cierto que sus protagonistas no se cruzan. Es cierto que sus historias no se mezclan. ¿Entonces por qué insisto en decir que no es un fixup? Por que la autora nos está contando la historia de los kentukis, no la de cada una de las historias de esos personajes (que perderían mucho de su sentido contadas por separado). Es una historia coral y periférica, en la que la autora nos muestra las diversas caras del efecto en la sociedad de un dispositivo, sin hablarnos ni una vez de los tecnólogos, vendedores o dueños de la idea. Nos muestra los dispositivos sin hablarnos de ellos. Nos los cuenta de forma periférica.
¿Y de qué género es esta novela coral? En la wikipedia dicen que es de terror. El autor de Visión prospectiva, la califica de distopía. He visto otras clasificaciones en otros artículos y creo que todas se equivocan. Voy a intentar explicarlo en este artículo.
Empecemos por un pequeño recordatorio de lo que dije en este otro artículo: para mí, lo que diferencia a las obras de los géneros de lo imaginario del resto de la literatura es el uso de un elemento inexistente, lo imaginario, de manera consciente y deliberada como herramienta para transmitir o reforzar un mensaje. Eso que no existe, que el autor y el lector saben que no existe, pero que aún así ambos aceptan usar con intención de resaltar o incrementar el impacto de lo contado. En el caso de la ciencia ficción el elemento imaginario es el novum, que muy a menudo es una innovación tecnológica o científica que se usa para reflexionar o explorar sobre nuestra propia sociedad. Se narra una historia para descubrir el impacto imaginario que el novum tendría en la sociedad y, a la vez, los aspectos de nuestra auténtica realidad sobre los que no hemos pensado suficiente.
En Kentukis hay claramente un elemento novedoso y tecnológico, el propio animalillo conectado, ¿no podemos decir entonces que la obra es de ciencia ficción? A fin de cuentas la obra sitúa ese elemento en el centro de las historias desde el principio y recorre el impacto del mismo en la vida de cada uno de los protagonistas. ¿O no?
El kentuki en sí mismo no requiere ninguna tecnología imaginable del futuro. Se podría construir no solo ahora, sino que podríamos haberlo construido hace diez o veinte años. Si no se ha hecho es porque no tiene sentido.
Si yo, como jefe de ingeniería de innovación lo hubiese planteado a mis jefes, los de marketing lo hubiesen descartado y, si no, los de jurídica lo hubiesen vetado. ¿Quién querría tener a un desconocido escuchando y mirando todo lo que pasa en tu casa? ¿Bajo qué circunstancias legales sería admisible que un desconocido tuviese acceso a tu vida?
La autora lo sabe perfectamente y ella misma lo dice en una parte de la obra en la que un personaje se sorprende de que todo lo que ocurre con los kentukis es doméstico, personal, pequeño; nadie comete un asesinato en masa, ni desvela un secreto de estado, no ocurre nada de esa magnitud.
La autora sabe que su historia no puede ser real, aunque todos los detalles técnicos y sicológicos sean maravillosamente creíbles, sabe que solo en una dinámica de exhibicionista/voyeur o de soledad patológica su servicio tendría sentido, lo sabe y sabe que en el fondo está escribiendo una alegoría.
Si la novela no la podemos considerar ciencia ficción es porque en el fondo no hay un auténtico interés en explorar las repercusiones de algo nuevo que puede llegar o que parece a punto de llegar. Es una alegoría de algo que ya está aquí. Pero ya volveremos más adelante a esta cuestión.
¿Entonces es una novela de terror? Para mi el terror es el género de lo imaginario que se centra en conmover los sentimientos, miedos sobre todo, pero a veces también el asco, de sus lectores. ¿Hay algo de eso en la novela? Sin duda un poco sí, pero no más que en cualquier novela realista que profundice un poco en los sentimientos humanos. No hay ningún elemento sobrenatural, ni remotamente, ni siquiera en el sentido de realismo mágico de Carcoma. ¿Entonces qué es?
Exploremos un par de obras más antes para clarificar mi opinión.
Empecemos por Cero K, de Don DeLillo. A esta novela no le han asignado género en las páginas de la wikipedia inglesa ni francesa, y, sin embargo, si que lo tiene en la versión italiana: ciencia ficción. El libro contiene un novum claro: la capacidad de criogenización de cuerpos humanos con la esperanza de una resurrección en algún futuro remoto. Además la parte central del libro especula artísticamente con una supuesta consciencia en el estado de suspensión, mientras, permanece tu cuerpo congelado. Un extraño, aunque sugerente, estado de no-pensamiento persistente. Leedlo es interesante. Sin embargo de nuevo esta obra no especula sobre los impactos globales de tal tecnología en la sociedad del futuro, ni juega con lo que ocurrirá con los congelados cuando los despierten. Dista mucho de ser el comienzo de La saga de los worthing que sí que especula sobre los efectos de una tecnología de hibernación para las clases más pudientes. Cero K es una obra que recorre el impacto sobre una persona muy concreta, en un momento muy concreto, al descubrir que su padre, con el que tiene una compleja relación, ha decidido pagar el carísimo tratamiento que puede que solo sea un suicidio muy sofisticado. Mientras, el personaje y el autor recorren un extraño camino en torno al significado de las palabras.
¿Realmente podemos llamar a eso ciencia ficción?
Veamos una más, la película Mikey 17. En esta comedia, que está clasificada como de ciencia ficción, se usan no solo tropos muy habituales del género como la colonización espacial, el primer contacto con una especie alienígena, etc… sino que también contiene un novum claro: una máquina capaz no solo de clonar cuerpos humanos sino de duplicar los recuerdos y los pensamientos de esa persona. El protagonista acepta un estado de sumisión corporativa extrema en la que le asignan trabajos no solo peligrosos, sino mortales. En ellos lo envían a morir una y otra vez en pos del supuesto beneficio general. La máquina de duplicado en sí misma no solo se muestra como cutre (los 17 mikeys ni siquiera son buenas copias unos de otros), sino que es claramente imposible (en algunos momentos de la película se muestra que la ‘impresión’ del cuerpo incluye venas abiertas por las que no se escapa la sangre aunque el cuerpo impreso parece consciente a medias y hasta tose).
En el fondo Mikey 17 no es mala comedia (un poco exagerada para mi gusto que no me va nada el mamarracheo), pero ¿es ciencia ficción? Yo diría que no, por mucho tropo o novum que se plantee.
¿Qué es lo que está pasando entonces?
Al ver esta última película me di cuenta. Vivimos en un mundo en el que los ‘adelantos’ tecnológicos están tan a la orden del día, que se asumen como seguros. inevitables. En el pensamiento colectivo el viaje a otros planetas, la regeneración de miembros, la clonación de personas o la teleportación no es un futuro excitante o por venir, es algo que llegará pronto ‘con alguna actualización’. Los mundos narrados por la ciencia ficción clásica ya están aquí, junto a nosotros y la gente ahora acepta ese lenguaje y esas herramientas narrativas como formas clásicas.
Es un triunfo absoluto de la ciencia ficción tradicional y un desastre a la vez.
Eso es Kentukis y Cero K. Eso es Mikey 17, así como muchas obras clasificadas como ciencia ficción hoy en día y dónde resulta casi imposible encontrar el aspecto especulativo. Son literatura contemporánea. Son literatura ‘sin género’ que usa las herramientas narrativas de la ciencia ficción, pero que no persigue el objetivo exploratorio. Cero K es una novela normal, tradicional, que cuenta una historia de un personaje, nada más y nada menos. Mikey 17 es una sátira sobre los políticos ridículos como Trump, que usa tropos de ciencia ficción para montar su historia. Y la obra de Samanta Schweblin es una alegoría, cruda, sobre la forma en la que mucha gente usa o es usada en redes sociales.
Eso es lo que me parece que es. No es ciencia ficción ni terror ni distopía, es literatura sin género.
Tal vez por eso ya casi no encuentro obras interesantes de ciencia ficción, porque ya ha sido absorbida por el cuerpo general de la literatura.
Magnífico artículo / reseña, Johan.
Un abrazo!